domingo, 10 de enero de 2010

Poroto

Poroto es Paraguayo. Vino a la Argentina cuando tenía 12 años, en el 85, de aspecto es Stone, aunque un poco más indio, alto, flaco, pelo largo con flequillo, un par de collares, unas pulseras, su forma de hablar: eeeee, loco, yo a estos giles los conozco a todos…
Poroto es ayudante y no le interesa ser otra cosa. Él llega todos los días a las 7 y media y se va a las 5. No le pidas más. Él sabe que viene a esa hora y a la tarde se va con 80 mangos. Si no viene no cobra. Antes faltaba bastante, pero ahora viene todos los días. Incluso los sábados, que cobra igual pero trabaja 3 horas menos. Poroto prepara la mezcla en el trompito. El tipo tira un balde de cemento, un balde de arena, un poco de agua, el trompito gira, la arena, el cemento y el agua se mezclan, la masa se hace homogénea, Poroto mete un dedo en esa mezcla y dice: falta un balde de arena. Nadie sabe porqué Poroto dice eso, pero si Poroto dice que falta un balde, falta un balde. El Cemento es un elemento increíble. Una bolsa de cemento mezclada con piedra partida y apenas agua logran una dureza extrema, si uno excede la cantidad de agua la mezcla se debilita, pero a Poroto vos le decís: preparame hormigón para las bases y Poroto te va a preparar el mejor hormigón para las bases, el Ingeniero podrá decir lo que quiera, pero Poroto mete el dedo en la mezcla y dice: falta arena. Y no hay vuelta. Falta arena. El tipo sabe sentir la falta de arena con el dedo. A Poroto lo quieren echar. Lo quieren echar por su pasado y por su falta de ambición y por su aspecto de vago. Poroto tenía 6 años y en su vida había pronunciado palabra. Los muchachos lo cargaban por eso, aunque ahora era de los más charlatanes. Pero… ¿Quiénes eran los muchachos? ¿Por qué ellos eran “los muchachos” y otros no?


Los muchachos eran los obreros. Tipos entre 18 y 35 años, en su mayoría venidos de Paraguay y Bolivia, sobre todo de Paraguay y alguno que otro argentino, de Misiones y Corrientes principalmente. Es que el reclutamiento de gente se hacía a través de conocidos, y entonces el que estaba trabajando hace algún tiempo recomendaba al sobrino, o al primo o al vecino y venían como familias de trabajadores, y la gente de Paraguay, o de Corrientes o de Bolivia venía a trabajar en la empresa y hacía carrera.
A Poroto lo había traído Juan, un paraguayo de 55 años que hacía 15 trabajaba con el ingeniero, había estado laburando en fábricas pero no había rendido, lo echaban en los primeros faltazos, mucha joda tenía Poroto, estuvo deambulando unos cuantos años hasta que su tío le dijo: “venite a laburar a la obra, están necesitando gente”. Y el primer día de su trabajo tuvo que descargar 80 bolsas de cemento. Machuca subido al camión le pasaba una bolsa. Poroto se la acomodaba en el hombro y caminaba unos 15 metros hasta donde estaba su tío Juan, al que le daba la bolsa para que acomode. 50 kilos pesaba cada bolsa. 4000 kilos transportó poroto en esa mañana. Al día siguiente no fue y hasta dudó mucho de seguir trabajando en obra, pero su tío lo persuadió diciéndole que no todos los días eran así. Y tenía razón.
La Mayoría de los días Poroto metía unas bolsas de cemento en el trompito, otras de arena, un poco de agua y a esperar que se mezcle. Ahí es cuando Poroto metía el dedo y una combinación de vista y tacto, casi intuitiva, le decía lo que le faltaba agregar, volcaba el contenido de la hormigonera en el carrito o carretilla y volvía a empezar. En la obra los carpinteros tienen varias tareas. Ellos son los encargados de armar toda la estructura del edificio. Un equipo de 7 carpinteros tranquilamente arma la estructura de un edificio de departamentos de entre 7 y 10 pisos más demasías en un terreno chico (20 o 30 de fondo por 8 de ancho) que es más o menos lo que se permite construir según el FOT (Fondo de Ocupación Total) de la zona en cuestión. Para hacer esto los carpinteros se pasan alrededor de un mes armando las bases, luego hacen la planta baja y desde el primero al noveno piso todo pasa a ser un rutina en donde tardan alrededor de 20 días en construir cada planta, quizás en la primera tarden un poco más, quizás en la última también, pero la cuestión se promedia y en cuestión de 6 meses tiene la estructura resuelta, es decir, un esqueleto de hormigón de entre 7 y 8 pisos. Cuando están por el piso 5 o 6 entran los albañiles. Y durante un par de meses están los carpinteros haciendo hormigón y los albañiles levantando paredes 3 o 4 pisos más abajo junto con plomeros y electricistas. Si la empresa funciona bien, van todos en conjunto, es decir, antes que los albañiles revoquen ya tienen montados los caños de agua y electricidad, pero eso no es tampoco tan importante. El montaje de caños puede hacerse después, y muchas veces es preferible revocar y luego trazar con amoladora la pared, picar y montar los caños antes que pensarlos de antemano, pues es más barata la hora hombre de picar que la hora hombre de arquitecto que piense, entonces, en la empresa revocamos todo y luego pensamos en donde irán las llaves de paso y luz. Sabemos que es mejor pensar todo de antemano, aunque pocas veces se da. El trazado de caños eléctricos es difícil y hasta el ingeniero flaquea. Eso es raro.
El ingeniero pregunta al electricista como deben ser mejor las cosas, y el electricista responde, se siente importante. Calcula los metros de caños (generalmente le erra y pide de menos) entonces el ingeniero pide unos metros más, por las dudas, y luego sobra, y ahí está el juego y la trayectoria, siempre hay un stock de más, un stock que va pasando de obra en obra y que luego genera unos remitos y facturas internas muy difíciles de resolver, pero que mierda, un pase de caños de una obra a otra, aunque no hacen la diferencia terminan siendo una cifra importante, es decir, sobraron 1800 pesos en caños, en un presupuesto de 1 millón ochocientos no es más que un 0,1% del total, pero un carajo. Son MIL OCHOCIENTOS, un cifra para nada despreciable. Y ahí está mi trabajo. Ver cifras. Ver si tirar esos mil ochocientos conviene más que irlos a buscar en un flete. Aunque parezca mentira hay veces que ocurre así. 3 tipos que carguen y descarguen, más el tiempo del camión, más el alquiler del galpón de almacenamiento, terminan siendo más caros que el valor de lo que se guarda. Y las cifras terminan pareciendo irrisorias. Ridículas. El dinero deja de tener real sentido.
Poroto me pide 10 pesos de prestado. No veinte. Diez pesos que le alcanzan nada más que para ir y volver a su casa, Poroto se toma un colectivo a la estación Chacarita ($1,25). Ahí se sube al tren hasta José C Paz ($0,90). Y desde ahí tiene 15 minutos en otro bondi ($1,60) –a veces se toma un remís trucho por $2,50- que lo deja a 3 cuadras menos, por lo que camina 5 en vez de 8 cuadras hasta su casa. Pero hoy Poroto se baja en la estación y ve las filas para tomar el colectivo y como tiene poco dinero decide caminar el último tramo. Instintivamente sigue el recorrido del colectivo. Casi 10 cuadras por la ruta, diez cuadras laaaaaargas, y luego hacia adentro. Calles de tierra. Mochilita al hombro y darle duro. ¿Quién lo espera? Su madre. ¿Lo espera su madre? Sí. Su mamá lo espera, pero… ¿él espera a su madre? En cierta manera sí, él da todo por su madre, pero por otro lado se siente triste. Tiene treinta años y la única mujer que lo espera es su madre.
Poroto tiene fama de levantarse a cuanta mina se le cruce. Soltero, con laburo y con pinta, justamente hoy los ñeri lo estuvieron cargando que el sábado a la noche se había quedando hablando con la sobrina de Pocho en el baile.
¡Bien ahí! ¡Bien que te quedaste chamuyando! ¿Qué pasó después?!!
La Romi es una amiga parce.
Las amigas no existen. Estuviste hablando 3 horas y la acompañaste a la casa, dale boludo, contá.
No pasó nada chabón… pero le saltaba la cara de pícaro. Y los muchachos no le creían y la seguían. Y ahora Poroto caminaba hacia su casa y pensaba en La Romi y en los muchachos que lo cargaban, pero sobre todo en La Romi. Mierda. ¿Porqué mierda no había pasado nada? Se sentía infeliz. Triste e infeliz. El sábado La Romi estaba demasiado ebria y Poroto la había rescatado, la sacó del baile y la acompañó hasta el colectivo. Eran las cuatro y media de la mañana y en la 197 y la ruta ocho estuvieron esperando por más de 1 hora el 365, luego los 20 minutos de viaje en Bondi y las 15 cuadras de caminar. Caminar abrazados hasta la casa de ella, solamente abrazarla, sostenerla para que no se caiga y luego bancarse las reprimendas del viejo que la esperaba despierto, que pensaba que el hijoeputa era él, el que la había emborrachado para garcharla, pero a Poroto La Romi le gustaba de verdad y la quería hacer bien, y él, que también estaba bastante ebrio la caretió, se bancó como un señorito al tipo que lo sacó a empujones de la casa y volvió caminando despacio y solo, como ahora, por estas mismas calles de tierra.
Al doblar a la esquina escuchó el grito de su nombre y cuando giró la cabeza vio a Guma y a Rafa entrándole despacito a una Brahama bien fresca. Era obvio que no pudo resistirse a tales encantos. Necesitaba exactamente eso para despejarse un poco y aunque no tenía mucho dinero, separó los $3,75 para ir hacia su trabajo, y contó algo más de $4 para aportar a la vaca. Todo estaba perfectamente y cuando estaban abriendo la tercera llegó Pipí, otro cumpa del barrio. Venía con la idea de recuperar un violín. Al principio Poroto no entendió. Violín. Violeta. Violador. Recuperar un violín. Poroto pensó en algo así como rescatar a un violador de la mala vida, pero no dijo nada y se quedó a esperar qué es lo que decía Pipí.
La historia fue la siguiente:
Nika organizaba peñas en el Gran Buenos Aires y era muy amigo de su madre y en el fin de semana había invitado a un par de santiagueños (Angel y Nené) a tocar en el club de la sociedad de fomento del barrio Margarita. Los habían llevado en auto hasta José C. Paz y luego del show habían terminado todos escabiando en su casa. A eso de las 3 de la mañana ya la noche no daba para más y su madre insistió para que Pipí acompañe a los muchachos hasta la 197 a esperar el colectivo. Qué mierda. No habían hecho más de 3 cuadras cuando se aparecieron 4 pibitos de la nada. Pipí intentó persuadirlos con palabras pero los pibitos venían demasiado puestos y lejos de frenarlos optó por lo más fácil y dijo ¡corramos! Y simplemente salió corriendo de vuelta hacia su casa. Los santiagueños, no sólo que no lo siguieron sino que le hicieron el aguante a los pibitos. A Ángel le dieron una piña en el estómago que lo dobló al medio, Nené agarró con las dos manos el rígido estuche de su violín, y si bien apuntó a la cabeza del golpeador, la oscuridad, la confusión y los torpes movimientos de todos hicieron que el golpe acierte en el hombro de Ángel que cayó de espaldas en el suelo con todo su peso sobre la guitarra, destrozándola en el acto. Seguidamente recibió un piñazo en la parte de atrás de la oreja, y otro después, y otro. Luego unas patadas. Salió un vecino y se escucharon unos gritos, luego 2 tiros, y los pibitos salieron corriendo. Ángel se levantó y corrió unos 30 metros hacia los pibes mientras gritaba ¡nos roban, nos roban! Hasta que los pedazos de su guitarra en el estuche que llevaba como mochila lo volvieron a la realidad, volvió hasta donde estaba Nené y lo encontró agachado escupiendo sangre. Ningún vecino en la puerta… ¿quién había hecho los disparos? Nadie. Todos encerrados en sus casas como si nada hubiera pasado. Sólo confusión e incertidumbre. Empezaron a dar vueltas por las calles de tierra intentando encontrar la casa de esta mujer amiga de Nika pero no había forma, habían doblado dos veces pero se habían perdido y ahora todo parecía igual, las calles desiertas y oscuras y los nervios y el miedo hacían todo más difícil.
Nené con el labio destrozado y la remera llena de sangre era verdaderamente impresentable, Ángel también tenía manchas de sangre de su amigo y no sabían ni para donde carajo ir. Llegaron a algo que parecía una avenida. Por lo menos tenía luces, estaba asfaltada y había persianas de negocios cerrados. Eligieron al azar hacia donde ir y caminaron una, dos, cinco cuadras y vieron que venía un auto. Hicieron calmadamente unas señas con las manos pero el auto no sólo que no paró sino que aceleró. 3 cuadras después vieron a tres pibes sentados en el umbral de una casa. ¡Amigo! ¡Amigo! Gritó Ángel. Los 3 pibes se pararon y fueron hacia el medio de la calle. ¡Tranquilo, amigo! Nos robaron, dijo Ángel desde unos 20 metros mostrando las palmas de sus manos. Uno de los pibes se separó y caminó por la vereda sin dejar de observar hacia donde estaban ellos. Los otros dos quedaron expectantes. Ángel y Nené fueron hacia la vereda opuesta y se armó un triángulo en donde cada grupo estaba a unos 15 metros del otro.
-No pasa nada. Queremos ir a la capital. ¿Cómo podemos hacer? Dijo Ángel
-¿Quiénes son? ¿Qué hacen acá?
-Somos músicos. Nos robaron. Queremos saber donde tomar el colectivo hacia capital.
-¿Qué son de la capi ustedes?- dijo el pibe que estaba separado acercándose hacia donde estaban los santiagueños ¿Qué tenés ahí atrás? Increpó a Ángel al ver el estuche de su guitarra desfigurado.
-Tdanquilo flaco. No quedemos pdoblemas- dijo Néné con dificultad por su labio destrozado mientras levantaba las manos. Los otros pibes que estaban más adelante trataron de calmar a su amigo: -Pará Beto. No bardiés. No pasa nada.-
-No pasa nada una mierda. Dame 10 pesito para la birra y así estamo contento- Dijo mientras hacía gestos con las manos y se acercaba a casi 5 metros. Ángel y Nené nada más se miraron y salieron corriendo. El tipo agarró una piedra grande del suelo y se las arrojó sin puntería. Mientras corrían alcanzaron a escuchar: ¡Pará Beto! ¡Calmate! Y recién después de correr casi 100 metros se dieron cuenta de que no los seguían.
¡La concha de su hermana que gente de mierda! Dijo Nené jadeando mientras paraba de correr e intentaba encontrarle un sentido a todo esto. Todavía no se habían recuperado de esta nueva inyección de adrenalina y no sabían que carajo hacer. Perdidos en la noche del segundo cordón del conurbano esperaban al menos no cruzarse con nadie y haber acertado la dirección de la “avenida” que los lleve hacia donde pase algún colectivo. Cualquiera que los saque de allí. Siguieron caminando y no más de 300 metros adelante vieron un destello azul reflejado en una pared. Luego otro. Y otro más. Escucharon apenas un segundo del sonido de una sirena y se dieron vuelta para mirar. El patrullero estaba ya parado y los dos canas se estaban bajando. Ángel sintió como una salvación y casi intentó correr a su encuentro mientras decía: ¡Oficial, Oficial! Nos robaron, fueron 4 pibi/
-¡Manos arriba! Quietos.- fue la respuesta. Ángel se paró en seco sin entender nada. Nada veía tampoco enceguecido por la luces de la patrulla. Levantó las manos como diciendo “no soy yo” y recién ahí vio a uno de los canas que se acercaba hacia él mientras lo apuntaba. El corazón le latió con fuerza. Nunca en sus 27 años había sido apuntado por un arma. Pensó en que era un error y lo dijo: Esto es un error oficial. Nosotros íbamos caminand/
-¡Cállese! Al suelo.
Ángel se calló, agachó la cabeza y se fue arrodillando. El otro cana lo apuntaba a Nené. Ángel no llegó a tirarse al suelo, antes de que esto ocurra el cana se le tiró encima y con demasiada violencia lo obligó a colocarse de pecho en el piso. Luego le trabó la rodilla en la espalda y lo esposó.
-Es un error oficial. Nos robaron a noso/ recibió un golpe de puño en la cabeza, el cana lo agarró del brazo y lo levantó de una y ahí no más le acertó un golpe en la espalda. Ángel trastabilló pero consiguió mantenerse en pie. Terminaron los dos apoyando la cara en el capot del patrullero. Mientras un cana los apuntaba el otro metía las manos en los bolsillos y les vaciaba el contenido sobre el capot justo enfrente de sus caras. Billetera. Llaves. Una pequeña libreta. Un paquete de puchos. Otro paquete de puchos. ¿Otro paquete de puchos? El cana lo abrió y lo sacudió en frente de Ángel. Calló un paquete de sedas Ombú y la bolsita de los mismos puchos que contenía unos 3 porros todavía sin picar.
-Estás hasta las bolas pendejo- le dijo. Y al toque los metieron en la parte de atrás de la patrulla y se los llevaron. Llegaron a la comisaría a eso de las 5 y media de la mañana y por un par de horas los mantuvieron ahí sin la posibilidad de pronunciar siquiera una palabra. Luego les tomaron declaración. Nada parecía importarles el robo, toda la historia giraba por los porros. Ángel por un lado, Nené por el otro, declaraciones separadas intentando buscar la contradicción
¿De donde sacaste esto? Le preguntaba el cana a Ángel. Me lo dio un amigo. Yo soy músico, era su respuesta. ¿Y si sos músico porqué fumás esta mierda paraguaya? El cana se hacía el cómplice. Sabía distinguir calidades de macoña. Y pasaban las horas y los santiagueños permanecían en la comisaría de José C. Paz. A eso del mediodía lo llaman a Ángel y le leen los cargos que decían algo así: Los habían encontrado en actitud sospechosa sin documentos. –Oficial- dijo Ángel, -Tengo mis documentos. ¿Preferís que te ponga que tenías marihuana? Pregunta el oficial. Okay. Piensa Ángel, y firma la declaración en donde dice que no tenía documentos ni marihuana. A las dos y cuarto de la tarde están en la estación de José C. Paz comprando un par de remeras baratas para viajar en tren a capital aunque sea sin manchas de sangre.

Pipí contó la historia sin tantos detalles. Le habían robado el violín a Nené y había que recuperarlo. Recuperar al violín. Uno de los cuatro pibitos que habían aparecido al principio era el hijo de la Carmen y en eso se basaba el recupero. Los santiagueños habían hablado a Nika, Nika a su madre y ésta a él. Y ahora estaba Pipí diciéndole a Poroto, a Rafa y a Guma que por favor lo acompañen hasta lo de la Carmen para ver si podían recuperar al violín.
Pipí pagó la cuarta y la quinta birra y juntaron valor. Poroto no tenía que hacer nada. Sólo quedarse con sus tres cumpas y hacer bulto. Era obvio que Pipí era el que se había mandado el moco y el que iba a hablar. En la puerta de la casa de La Carmen Pipí aplaudió 3 veces y al ratito se asomó una chica de unos 14 años diciendo:
-¿Sí?
-Hola que tal. Estaba buscando a Marcos.
-¿Por qué es?
-Quería hacerle un pregunta, Soy Pipí, el hijo de Anita.
-Esperá un momento, dijo la chica
No apareció Marcos, apareció La Carmen y se repitió el mismo diálogo.
-Marquitos no está. Lo vinieron a buscar unos amigos y salió. ¿Qué es lo que quieren?
-Quería preguntarle si sabe algo de un violín que le robaron a unos amigos el sábado a la noche…
-Marquitos ahora está trabajando… no sé porqué vienen a buscarlo a él…- dijo La Carmen algo nerviosa.
-No, no, no, todo bien señora. Yo le quería preguntar si Marcos sabe algo no más. Al chico que se lo robaron vive de tocar en la calle, y es una herencia de su abuelo y por ahí Marcos sabe algo. Dígale que nosotros volvemos en una hora.
-¿Quién me dijiste que eras?
-Alcidio, el hijo de Anita, pero me dicen Pipí.
-Bueno Alcidio. Si lo veo le pregunto.
Los cuatro volvieron a la esquina del almacén a tomar otra birra. La Carmen sabía que Anita era muy respetada en el barrio y sabía que su hijo era un bardo. Pero nada podía hacer, excepto luchar para recuperar a Marquitos, no era mal chico Marquitos, pero se juntaba con unos pibes que fumaban droga y andaban en la pesada. Andaba dando vueltas una guitarra chiquitita en su casa desde el domingo y cuando La Carmen escuchó el nombre “violín” todo le cerró. Decidió devolverles el “violín” a estos muchachos y luego castigar a Marquitos… ¿Pero como lo iba a castigar? Por más penitencia que le pusiera Marcos no la cumplía. Tampoco le podía pegar. Marcos era un verdadero problema y a ella no se le ocurría otra cosa que rezar. Rezar en silencio para que se aleje de la mala yunta o que al menos no le pase nada en sus andanzas. Cuando el hijo de La Anita volvió después de una hora y media con sus secuaces, Marcos no había vuelto. Carmen se hizo bien la boluda y entregó el violín a Pipí.
-¿Esto es lo que estás buscando?.
Agarraron el violín con su estuche y caminaron por unas 3 cuadras en silencio. Luego Poroto dijo: A mí me queda un peso ¿tomamos otra?.