lunes, 7 de febrero de 2011

Hormigón Elaborado

El hormigón elaborado es el que se traslada en los camiones hormigoneros. Dentro de esos enormes trompitos que van girando en la parte trasera del vehículo entran alrededor de 8 metros cúbicos. Eso es la solidez de la estructura de un edificio, o de una autopista, o de un piso industrial. Los ingenieros calculistas deciden la consistencia y la piden a las empresas hormigoneras, estas le mandan la cantidad de camiones pedida para las diferentes construcciones en los días y horas pautados, todo muy estricto, muy organizado. Llevar el hormigón a los pisos superiores de un pequeño edificio, de entre 25 y 30 metros de altura, puede hacerse de dos maneras, bien con una pluma, es decir, una especie de camión grúa con una caño de 4 pulgadas que sube por el exterior del edificio cual si fuera una serpiente erguida, o bien puede hacerse por el interior del edificio, montando todos los caños piso por piso a través de los llamados "pases" (agujeros que se dejan en cada una de las lozas para pasar caños). Según el equipo que haya a mano y como son las características de la calle en cuestión se decide el método.
Pedir el hormigón es medio un bardo. Cada vez que se "hormigonea" o "se llena" es una pequeña culminación. Durante 15 o 20 días el grupo estuvo armando toda la estructura de madera terciada, que básicamente es como un “molde” de lo que va a quedar, dentro están todos los hierros entremezclados que conforman el esqueleto de las columnas y vigas, todos los escalones, uno a uno, cada escalón con su correspondiente refuerzo hecho en alambre, para que no reviente por el peso del hormigón, cada columna con sus flechas de sostén, cada viga con todos los puntales por debajo, colocados cada un metro, perfectamente firmes y clavados. Puntales por todos lados, por demás, por las dudas, las columnas que van pegadas a la medianera con refuerzos de hierro dulce del 4 amurado con concreto, uno cada 70 centímetros.
El último día se acercan los electricistas y preparan las cajas de luz, ya con el cable a tierra, el gancho para la lámpara y rellenas con serrín, cajas que quedarán por dentro de la loza. Ya los fenólicos están todos aceitados, y las maderas tienen desencofrante, ya está colocada la cinta de papel entre chapón y chapón, los tiempos están cumpliéndose. El hormigón está encargado desde hace 20 días. A las 8 menos cuarto de la mañana llegó la bomba, esto es, un pedazo de motor de unos 3 metros de largo por 1 y medio de alto montado en un carro, todo despintado del mismo color celeste, enganchado a un camión de doble eje, bastante nuevo, que en su parte trasera trajo unos 20 trozos de caño de hierro y 4 obreros. Los carpinteros estaban en la puerta cuidando que nadie estacione.
Luego de hacer algunas pequeñas salutaciones, pues se conocían de otras llenadas, todos se pusieron en equipo y comenzaron a subir por la escalera los diferentes trozos del caño. Juan, de casco blanco, fue marcándole el camino a Rulo, que había venido sentado junto al chofer. El tipo, afiliado al poderoso sindicato camionero, solamente manejaba y esperaba de brazos cruzados mirando todo y quizás charlando con algún vecino o eventuales obreros en tiempos de espera. Rulo bajó los enganches, unas pesadas piezas de metal que se parecían a una esposa (que desastre de sinónimo) y los fue distribuyendo cada 4 metros, con ladrillos o cuñas de madera fueron nivelando el caño, colocaron una curva a 90 y luego fueron encastrándolos hacia arriba. Asegurando siempre con hierro dulce. Para cortar el hierro dulce traían poderosas pinzas de casi un metro de largo. Mientras tanto, cuando estuvo todo bajado del camión y éste pudo retirarse, un grupo de unas seis personas debía dar vuelta la bomba, mientras uno mantenía la calle cortada, los otros empujaban el tremendo aparato con el fin de poder acomodarlo en la posición adecuada.
A eso de las 10 y media de la mañana el caño recorría los 15 metros desde la vereda hasta la mitad del edificio, y los 24 metros para llegar a la azotea del séptimo. Sólo faltaba esperar. Por un lado el grupo de los 4 hormigoneros, por otro lado los 8 carpinteros llenadores, en la vereda de enfrente, el arquitecto, el ingeniero y el arquitecto joven, que vino a aprender. En eso cae el superior de los hormigoneros, viene a ver como funcionan sus maquinitas. El camión tuvo un retraso y parece que va a llegar a eso de la una, la hora va pasando. El ingeniero con el arquitecto recorren la obra una vez más. Se fijan que esté toda la seguridad para que las columnas no revienten. Amenaza lluvia. Se larga un pequeño chisporroteo. No importa, hormigonar con lluvia no es problema. Los muchachos lo saben. El hormigón se debe hacer o hacer. Dan las 12 del mediodía. Los que esperaban hormigonar a la mañana para luego comer un asado e irse a casa perdieron. La mitad saca sus taperweres con lo que les preparó su mujer o su mamá (según corresponda), los otros comen pan con fiambre, el gordo se come un yogur con una manzana. Dice que está a dieta. Siempre hace lo mismo, Tona lo carga:
(dice)
se ríe Pelayo, que es un pibito tímido recién llegado de Paraguay y está laburando de sereno.
dice el gordo.
dice Tona.
Doce y media todos terminaron de comer, los albañiles comen en el segundo, los carpinteros en el sexto junto con Tona y su sobrino Leo, los hormigoneros se reparten por ahí. La mitad se escabulle por sus rincones a tirarse sobre cartones y fenólicos, Poroto incluso tiene guardadito su pedazo de goma espuma.
El Ingeniero recién está leyendo la carta. Antes que nada pide agua sin gas. El Arquitecto acompaña, Pancho, el recién recibido, se atreve a pedir Coca Cola Light, el jefe de los hormigoneros que se llama Raúl pide soda. La camarera es muy simpática y linda, pero nadie dice nada al respecto. Comen bastante en silencio haciendo comentarios sobre la obra que están haciendo. La comida es interrumpida permanentemente por llamados telefónicos y de radio. Pancho degluta un buen plato de ravioles con estofado y en un momento observa a sus tres comensales hablando por teléfono. Luego la charla ronda algunas anécdotas y comentarios del uso del celular. Deriva en el relato de Raúl, contando como instalaron las bases para los tensores de una bruta antena en el barrio de Saenz Peña. Entre el Ingeniero y el Arquitecto disciernen un momento en quien pagará la cuenta. Gana el Ingeniero y pone los 123 pesos. El arquitecto deja 10 de propina y se van. Son las 13 y cuarenta, el camión está viniendo por Juan B. Justo y llega entre las 2 y las 2 y 5. El ingeniero aprovecha ese momento y se va para la oficina, antes le da 200 mangos a Pancho y lo manda a comprar 8 pilotos de naylon, para los muchachos.
le dice antes de retirarse.
Llueve un poco más fuerte. El arquitecto se va tapando de la lluvia con los sucesivos balcones, los otros dos lo siguen en fila, cuando no hay balcones corren. Una vez en la puerta de la obra se encuentran con el problema. Mientras ocurría el almuerzo un viejo Peugeot 505, quedó estacionado justo por delante de la bomba, por lo que al camión hormigonero se le hace imposible verter su carga, éste todavía no llegó, pero en apenas 15 minutos debían encontrar al dueño del Peugeot antes que llegue el camión. El arquitecto, Raúl y Pablo salieron por los negocios de la zona a preguntar si alguien sabía algo de aquel Peugeot, pero es que por los alrededores de Sacalabrini Ortíz y Corrientes había demasiados negocios y edificios, era como medio imposible que el dueño/a aparezca. Y pasaron los 15 minutos y apareció el camión entrando por Luis María Drago y se estacionó en doble fila sarandeando las 35 toneladas de hormigón. Pensando que sería la decisión adecuada al arquitecto no se le ocurrió mejor idea que llamar a la policía para que resuelva el problema. A los cinco minutos había un patrullero con cuatro agentes estacionado también en doble fila justo detrás del camión. Mientras uno dos de los canas obligaba al camión a retirarse bajo amenaza de multa, otros dos empezaron a pedirle diferentes permisos al arquitecto, permisos de los cuales el tipo no tenía la más pálida idea, de eso se encarga la empresa constructora y él no era más que un simple arquitecto. Pero ahí estaba Pablo, el segundo del ingeniero, dispuesto a entregar todos los papeles que correspondan. Si bien la obra constaba con el permiso general, los canas le pedían el permiso de descarga, con el agravante que al ocupar la parada de colectivo, requería de un permiso especial, más el permiso de seguridad e higiene, y uno más por ruidos molestos. La cosa se complicaba, la lluvia, los canas y el camión en doble fila, la parada de colectivo y la gente puteando, ya el embotellamiento de la calle Drago ocupaba dos cuadras, los bocinazos. Raúl, de la empresa hormigonera, viendo como venía la mano, mandó de vuelta al camión y suspendió los otros tres. Mandó a desmontar todos los caños que habían montado. El ingeniero entró en escena alertado por un radio de Pablo:
prip <¿Cómo decís? Me sale todo entrecortado> prip <¿Me escuchás?> prip, dijo mientras cruzaba unos 10 metros de lluvia hasta ubicarse debajo de un balcón más cómodo prip prip prip.
El viejo Peugeot seguía parado en la esquina. El policía inflexible labraba un acta de infracción ante el arquitecto, que sin saber como obrar, embarraba aún más las cosas.
interrumpió Pablo, que sin saber tampoco como actuar, por lo menos pudo retener la pelota con una gambeta práctica que se resolvió cuando lo vio aparecer al ingeniero por la punta y le pateó la papa caliente unos metros antes de entrar en escena sin entender nada pero teniendo que resolver todo de la mejor manera posible. Solamente el costo del hormigón suma 15.000 pesos. 7 tipos esperando la descarga son 2000 mangos más. Una multa puede llegar a las 10 lucas. Todo eso pensaba el ingeniero mientras cruzaba la calle y se apersonaba en el cuadro tratando de atajar la papa caliente que le lanzaba Pablo, al lado de un arquitecto ineficiente y dos canas lascivos de dinero, que sabían, aunque no con detalles, los abultados números del negocio de la construcción. Ahora que Warnes se había desinflado, y la construcción prosperaba en el barrio la comisaría sabía del jugo que podía sacar.
<¿Qué está pasando oficial? ¿Cómo es esto?>
<¿Perdón? ¿Con quién tengo el gusto?> dijo el oficial burlonamente.
y le tendió la mano.

invitando al oficial a salir de esa pequeña ronda hacia un costado del balcón que les servía de resguardo de la lluvia. Luego de 5 o 10 minutos de charla hubo un apretón de manos y el policía se retiró sin denuncias. Pablo y el arquitecto permanecían en la puerta de la obra. Los obreros estaban adentro. Los hormigoneros se habían retirado. El ingeniero hervía. En su cerebro no había otra cosa. ¿Qué mierda pasó? Por qué carajo no estamos hormigonando y porqué carajo acabo de darle 500 pesos a este mugroso cana simplemente para que se vaya. Necesito que alguien me explique que mierda pasa acá. Y ahí está Pablo con cara de pelotudo, y ahí está este arquitecto imbécil que me va a tener que dar una explicación, y ahí sigue el Peugeot estacionado y porqué mierda nadie estaba para cuidar que no se estacione, y ahí estaba llegando Pancho con los ocho pilotines después de una hora, para que los obreros no se mojen.
dijo Pancho tratando de demostrar el cumplimiento de su deber, y ahí no más vio que las cosas no estaban saliendo como correspondían y con los ocho pilotines en la mano se sintió un pelotudo.
y el ingeniero lo veía a Pancho cayendo con los pilotines para que los obreros no se mojen, lo veía y le veía la cara de imbécil, la cara de reverendo pelotudo fracasado que nunca iba a llegar a nada por su ineficiencia, y veía a toda una estructura empresarial que él mismo había montado, que movía decenas de miles de pesos y que no había logrado ser eficiente por alguna puta mierda!!. Y encima este estúpido que apenas es arquitecto de universidad diciéndome que trajo los malditos pilotines para que no se mojen las nenitas que tengo de obreros que no supieron decirle a un reverendo pelotudo que no se estacione delante de la bomba hormigonera. La concha de la puta mierda!!!! ¿Quién carajo se va a hacer cargo de toda esta montaña de guita que nos cuesta esta garcha!!!!
Pero el ingeniero sabía estar tranquilo. Simplemente dejó que se vayan los canas y se acercó a la obra. Es un problema más. Hemos perdido una hormigonada. Todo se va a solucionar. Sus neuronas por momentos trataban de apaciguarse y por momentos no escuchaban sus razonamientos y le saltaban pensamientos del tipo “yo no puedo creer la cantidad de imbéciles que me rodean” pero todo por suerte se sucedía de una forma tranquila, el ingeniero sabía mantenerse tranquilo… los imbéciles de los que estaba rodeado eran su obra, y sabés qué? Adentro todos estaban temblando. El tipo se aparecía ante el arquitecto, su sobrestante, un recién recibido y el encargado de la obra, así, con las manos en los bolsillos:
¿Alguien me puede explicar que pasó?
Y ahí estábamos todos tratando de justificar nuestra serie de sucesivos errores, uno tras otro. Tartamudeando y temblando. Los obreros son los primeros en lavarse las manos, ellos saben hacer su trabajo y su trabajo es construir, poner ladrillos, hacer columnas o simplemente hacer lo que les dicen. Y nadie les había dicho que tenían que cuidar que nadie se estacione. Por otro lado, tanto el ingeniero como el arquitecto sabían que los obreros funcionaban así. Con tareas específicas y simples. Sólo bastaba una indicación y Juan iba a decirle a un ayudante que se quede parado en la puerta solamente para eso, tarea que el ayudante iba a desempeñar gustoso, mientras que sintiéndose responsable miraría pasar las chicas mataba dos pájaros de un tiro. Pero nadie había dado la indicación y la realidad era que la hormigonada se había perdido y todos los responsables sabiéndose en cierta manera culpables miraban para otro lado y pensaban que en realidad no lo eran. El único culpable era él. El ingeniero que estaba pidiendo explicaciones a sus inútiles. Culpable por no haber dado la indicación, culpable por haber contratado gente inepta. Culpable por no haberse quedado en la obra cuidando que nadie se estacione, pero culpable o no estaba más caliente que un minero chileno después de 33 días de estar encerrado en un agujero a más de 700 metros de profundidad. Y toda esta manga de inútiles no le iban a aportar ninguna solución. Cinco pollitos sumisos a su alrededor lo miraban con cara de excusa, incluso el arquitecto, un tipo grande y con años de experiencia, intentaba dar unas estúpidas explicaciones del porqué había optado por llamar a la policía, el ingeniero lo miraba hablar mientras escuchaba a su propio pensamiento y llegaba a la conclusión de que no tenía ningún sentido. La realidad era que a nadie le interesaba un carajo cuanto se perdía o se ganaba mientras que le paguen el sueldo. De los negocios se encargaba el ingeniero, y nosotros estábamos ahí dispuestos a hacer lo que el tipo nos diga.
Decinos como construir un edificio y lo hacemos. ¿Acá hago el pozo? ¿De 3 o de 4 de metros de hondo? ¿Le pongo hierro del 16 o del 20 a esta columna? Te hago lo que me pidas. Hago todo lo que me pidas con el único objeto de no ser el responsable, no te lo digo eso, pero te aseguro que no me voy a hacer cargo de mis errores, porque mis errores son tuyos, pues vos me contrataste para que yo te haga lo que me pidas. Y ahí está el ingeniero, contratando un calculista que le diga que hierro tiene que poner en la columna que da al frente, y que por sobre todas las cosas firme y se haga cargo de un posible error, y ahí está el calculista, metiendo medidas en un programa de computación preparado en excel, X + Y por peso específico, por densidad del suelo con variable térmica = Cuatro hierros del 16 con refuerzos del 10 cada 10 centímetros.
Y ahí está el calculista, haciéndose cargo de sus cálculos a través de un programa de computación, cosa rara eso, ahí ya no hay culpables, si el programa falla…
Ya está. No hay legislación ante eso. O se está armando, o no importa. En caso de que en un futuro surja algún problema con la obra, y ese problema tenga que ver con la empresa constructora, y a su vez tenga que ver con el cálculo de los materiales, y a su vez tenga que ver con el programa de computación, recién ahí se buscará una ley que los contemple, por ahora es así. A los premios. Se confía en el tipo que hizo el programa de computación que decide que hierros se tiene que poner a tal distancia.
Todo se realiza derivando responsabilidades, todo se firma y siempre hay responsables ante un posible derrumbe, pero la realidad es otra, la cadena de firmas termina en un remito del que nadie se hace cargo, no hay ninguna cláusula en el contrato que diga quien va a pagar el hormigón si un auto se estaciona delante de la bomba, no hay cláusulas de coimas a la policía, la construcción tiene esas cosas, cuesta.
Los inversores ponen su dinero en el pozo y reclaman. Estoy metiendo 40.000 dólares, quiero por lo menos vender el depto en 50.000...
Pero las cosas no son así... todo va cambiando, no era tan simple como creías... los permisos de construcción se dilatan, hubo un derrumbe la semana pasada y ahora ya no habilitan... a no ser que para agilizar el trámite pongas 50.000 pesos, 50 lucas!!! que hay que poner en efectivo. Sin recibo.
Y el grupo de inversores pregunta y desconfía, y llora su inversión que subió un 10%, un 20%, el tipo pensaba poner la guita y ya, y ahora hay una serie de problemas que al tipo le importan 3 huevos... ¿qué mierda? ¿qué culpa tengo yo si al imbécil del constructor le hicieron una multa por estacionar el camión hormigonero en doble fila?
Dentro de la cadena de la industria de la construcción podemos definir al inversor como el peor de los mierdas, los tipos en general tienen negocios en los que les va “bien”, y deciden invertir el dinero sobrante no en su negocio que les va bien, sino en la construcción, pues parece que su negocio en los que les va bien no merece más dinero, o al menos no merece su propio dinero, y entonces esperan, que el negocio ajeno les de más dinero que el suyo, del cual no participan y solo esperan que el constructor aparezca después de SEIS meses y les rinda la inversión más beneficio, y los tipos ponen las cuotas y esperan y exigen.
Escuchame, el edificio que vos me propusiste construir costaba 870 dólares el metro cuadrado, y ahora me estoy dando cuenta que estamos en 1240 ¿como es esto?
Mirá, el precio de venta está en 1730 el metro cuadrado, la inversión sigue siendo rentable, pero entre la incidencia del terreno que trepó a un 40 por ciento, y los metros que la ley, después del derrumbe de Villa Urquiza, está exigiendo construir las cosas cambiaron y ahora no es que de 870 pasás a 1730 sino que de 1390 pasás a 1730, es decir, ya no ganás un 98% de tu inversión sinó un 27%, hubo inflación en el medio, y una multa, y una hormigonada que se perdió y de cada 100 pesos que pusiste y pensabas cobrar 198 ahora cobrás 127, el doble de lo que te paga el banco, pero bastante menos que tus ambiciones.
La realidad es que la empresa constructora en la que yo trabajaba no hacía solamente trabajos de construcción, debía lidiar con esas basuras por sobre todas las cosas, yo veía al ingeniero pelearse con inversores que nada sabían de construcción teniendo que explicarles cosas tan básicas como que si hacíamos el edificio con ladrillo hueco, iba a haber más probabilidades de futuras filtraciones que si lo hacíamos con ladrillo común, ...y hacelo con ladrillo común... respondía el tipo, pero es que si lo hacíamos con ladrillo común el precio se elevaba un 3,5%, y ese 3,5 era más que arreglar 10 veces las posibles filtraciones, en consecuencia, los tipos exigían edificios de calidad “10” pagados con precios “6”, recuerdo al hijo de uno de los inversores, al cual su papá le regaló el departamento diciéndome: ¿vos sos el encargado de mirar que los departamentos estén bien?. Sí... puede ser... porqué me lo decís? Te cuento, yo cuando me acuesto en mi cama me mareo, ¿ves? y me marcó que la línea que dividía la pared del techo no era una recta perfecta, pues el color cremita que estaba pintada la pared, se introducía dos o tres milímetros en el blanco del techo y viceversa, un detalle que el más hinchapelotas de los exigentes tardaría en descubrir, pero que el tipo, en sus noches de soledad mirando el cielorraso se sentía con el derecho de exigir para que su departamento esté perfecto, el mismo tipo que tenía calzoncillos en el piso y platos sucios que me daban arcadas, me pedía que el ángulo de la pared y el cielorraso no tengan ese milímetro de error que produce el pincel, y lo peor es que me la tenía que bancar. Él era un inversor, y los inversores eran los que en definitiva nos pagaban el sueldo. Gente basura, que se cree que por tener dinero tiene el derecho a tratarte mal, y lo peor de todo es que lo tenía, porque yo tenía la orden de decirle a todo que sí, Sí pelotudo de mierda, Sí forro del orto, mañana te traigo un pintor que te arregle tu gran problema, ¿te pinto el calzoncillo empalomado así las chicas que nunca vienen a tu departamento no ven tus sucios pedos? Como no, conchudo, mañana viene el pintor y te va a también pintar los platos de blanco, así no se nota que no los lavaste. ¿Sabés qué? tenés razón. Mi trabajo es dejarte el departamento joya y fallé. Cometí un error ¿Querés que te marque todos los errores que cometí? ¿Querés que te diga que como no me daban las medidas le saqué un ojo al ladrillo del ocho y ahora vas a escuchar a tu vecino cuando se tira un pedo? ¿o pensás que eso no es un error y crees que tu departamento era tan barato porque soy bueno? No hay bondad imbécil. Vos no sos bueno. En tu negocio, de vender computadoras, cagás a la gente, yo lo sé, porque te compré una computadora pensando que estábamos en la misma y me cagaste. ¿o no te acordás gil? Los departamentos que hacemos son de Durlok, tus computadoras son basura, no hay muchas vueltas, no hay mentiras, esto es la realidad... ¿ganamos guita? entonces callate la boca, gato.