lunes, 2 de julio de 2012
miércoles, 7 de marzo de 2012
Echar a una persona
La primera vez que eché a alguien fui un hijo de puta. La última también, (nunca que se echa a alguien se puede ser buena persona) pero fui un poco más considerado. Siempre que yo entraba a las obras lo hacía de buen humor, y el día que tuve que echarlo a Felipe no fue la excepción. Realicé humoradas con las diferentes personas que me iba cruzando, humoradas en un punto, y en otro punto puestas a punto, es decir, cuando toco el timbre y me abren la puerta y quien me la abre no tiene casco, la humorada pasa a camuflarse con la cagada a pedos,
-Que pasó Pinky, no había turno en la peluquería, los que están alrededor se ríen. Siempre se ríen.
-Pero señor Pablo, es mi peinado este, los que están alrededor se vuelven a reír.
-Y si te ponés el casco se arruina. ¿No? Los que están alrededor ser ríen, aunque uno no tiene casco y se pone serio automáticamente.
- Dale che, pónganse el casco, que vamos a ir todos presos…
Luego voy transitando la obra recordando las palabras del ingeniero… Llevale dos bolsas de cemento mientras llega el camión, decile a Felipe que mande el telegrama, y contame los metros cuadrados de azulejos de las cocinas de los departamentos “b”. Las bolsas de cemento ya las había comprado y estaban en la planta baja, me encontraba en una de las cocinas de los departamentos b, midiendo los azulejos, había dejado para lo último lo de decirle a Felipe que mande el telegrama. 1,70x2,20. 1,30x2,20 y 3x2,20. Eso era todo, a me faltaba descontar el bajo mesada, en donde no colocábamos el cerámico. Estaba haciendo la cuenta del bajo mesada y aparece Felipe:
¿Cómo va Felipe, todo bien?
Si señor Pablo…
Che Felipe… escuchame, (Felipe interrumpe su caminar y me mira para escucharme)
lamento decirte algo, (le digo mientras abro mucho los ojos) él los abre de otra manera… casi tristemente… mi alegría o buen humor se disipa como por un culo diarreico, intento una última sonrisa, es en vano. …ya no hay más trabajo… el tipo se queda callado mirándome. No hay más trabajo. Vos sabías que esto era así. El grupo de hormigoneras ya no trabaja para nosotros y vos entraste con ellos, la obra se terminó. Ya no hay trabajo, es simple.
Y Felipe nada. Como si lo que hubiese dicho haya sido en otro idioma…
¿Qué hacer ante eso?... es decir, mi jefe me había dicho, decile a Felipe que mande el telegrama, pero no era tan simple aquello… quizás si le hubiese dado una orden… Ché Felipe: Mandá el telegrama de renuncia hubiese sido efectivo, pero nadie me podía mandar a hacer ese trabajo, nadie me podía mandar a hacer ese trabajo tan cruel… pero ahí estaba ahora diciéndole a Felipe, al mismo Felipe que después de dos meses de trabajar en la empresa se operó de la rodilla, y estuve seis meses encontrándome con sus señora en Chacarita que venía con 5 o 6 hijos, para darle su sueldo, y que ahora, ya dado de alta había vuelto al trabajo, un trabajo de ayudante que ninguno en la obra requería, demasiado inútil era Felipe, ni para ayudante servía, lento en su forma de hacer las cosas, para nada simpático y de mirada desafiante, los oficiales bolivianos o paraguayos no se sentían a gusto trabajando con él, y entonces estaba delante de mí, desafiándome con la mirada, perdí.
No voy a renunciar, me dijo.
No estaba eso en los planes, no supe bien que hacer. Opté por lo más fácil:
Juan Carlos era partidario de que Felipe mande el telegrama, pero cuando le conté la negativa dijo: crucemos los dedos, y se lo mandó él.
Al mes Felipe mandó una carta documento, decía que no le habían pagado ni uno de los días que estuvo con la enfermedad, ni el aguinaldo ni las vacaciones y que no le habían entregado ropa ni provisto de elementos de seguridad, a parte de que se consideraba despedido sin razón. La cuestión era que Felipe había trabajado por dos meses, había hecho un parate de seis meses y había trabajado otros dos. Pues bien, la ley decía que se debía entregar ropa cada seis meses y si bien Felipe tenía firmada una entrega de ropa, había trabajado dos meses con la ropa recibida hacía ocho, esa diferencia obligó al ingeniero a poner alrededor de 15 lucas, 3 se llevaba Felipe con mucha suerte y el resto, abogados y costos judiciales.
Todavía recuerdo los ojos de Felipe sosteniéndome y venciéndome la mirada… fue el primero… con el tiempo aprendí a echar:
Mirá Acuña, te cuento como viene la mano, esta obra se termina… en dos semanas no va a haber laburo para nadie… vos venís trabajando bien, pero no se trata de eso, es que se termina el trabajo, pero parece que en dos meses sale una nueva obra, si vos terminás bien con la empresa, seguro que te vamos a llamar de nuevo, si vos mandás el telegrama vas a recibir el fondo de desempleo y por ahí un plus… no sé, pensalo, quizás te conviene… en dos meses te estamos llamando…
Todo una burda mentira. Jamás un empresario va a llamar a un ayudante y meterlo en la obra. A los ayudantes los eligen los oficiales, los encargados, ellos se “encargan” del pariente… si el yerno es medio boludo no importa, ellos lo van a sacar bueno. Acuña era un queso. Marianito lo ayudó porque era su vecino y Marianito se ensartó, y Marianito no sabe como sacárselo de encima, pero Marianito no es capaz de echar a nadie, no puede, no sabe, no debe, el Ingeniero fue el que en realidad contrató a Acuña: Mariano, traete un ayudante, y Mariano trajo a Acuña, su vecino que buscaba trabajo, parece buen tipo, mandan a los hijos al mismo colegio. Y el Ingeniero ni conoce a Acuña, apenas los vio una vez, desde lejos, simplemente dio el visto bueno para que lo contraten hace seis meses y ahora da el visto ¿bueno? para que lo echen. Yo fui quien le hizo firmar los papeles, yo fui quien le entregó la ropa, quien llegaba con su sueldo, quien le prestó una plata para que venga su mujer de Paraguay y por ende yo soy el encargado de decirle que no tiene más trabajo, que la empresa lo va a llamar dentro de dos meses, y la verdad es que pasan los meses y el trabajo arranca y cuando están buscando un ayudante yo les hago acordar de Acuña, les digo a los oficiales que Acuña está libre y los oficiales me dicen que a ese ni en pedo y Acuña me llama a mi celular y me dice: ¿Y Pablo, hay trabajo? –Mirá Acuña, está difícil, y no sé si seguirle mintiendo o decirle la verdad, y entonces tiro la pelota al medio, como un cobarde.
La primera vez que eché a alguien fui un hijo de puta. Mi inexperiencia y la falta de tacto lograron que el tipo haga juicio y se lleve unas 3 luquitas, la última vez fui un buen tipo, le prometí un trabajo que nunca apareció y le di 200 pesos en compensación o coima, platita fresca y rápida que apaciguó los humos y dejaron que todo fluya…
miércoles, 4 de enero de 2012
Ricardo Becher.
Ricardo Becher se interna en un geriátrico en el año 2009. Allí tiene un “cubículo” en donde se instala con una computadora a ver películas, realizar neoexpresionismo digital, recibir amigos y por sobre todo escribir Recta Final. Ricardo Becher fue profesor en la Universidad del Cine, director de Tiro de Gracia, (la primera y única película beat del cine nacional) y escritor, entre otras de La Séptima Década, en su última etapa. En Recta Final cuenta sus dos años de internación en el geriátrico, la más cruda y real crónica sin un ápice de ficción. Es en la misma crónica que este libro empieza a tomar forma y en donde también empieza a dibujarse el documental, también intitulado “Recta Final” que acompaña la edición de este libro (o viceversa). Todo está ahí relatado en vivo y en directo. Ricardo termina esta crónica en febrero de 2010, fallece en agosto de 2011, bien cuenta estos últimos momentos Tomás Lipgot en el segundo prólogo del libro: “Cuando el Negro me llamó para avisarme que iban a llevar a Becher al hospital de urgencia, no me sorprendió. Hacía tres semanas que no escribía nada, y eso era grave. (…) cuando estaba esperando para ser ingresado, lleno de porquerías médicas en su cuerpo, el Negro me dice que Becher quiere hablar conmigo. Todo pintaba a despedida: intercambiamos algunas expresiones del mutuo cariño que nos profesábamos y dificultosamente dijo: “Tommy, en la parte de la novela, (esta que ustedes leerán) cuando cito el cuento de Kafka, Informe para la academia, ahí cambia…” Eso era Becher. (…) El fin se acercaba. Matías Reck –coeditor de esta edición- muy generosamente ofreció hacer una tirada de un par de ejemplares en escasos días. Luis Chitarroni escribió un prólogo en tiempo record. Así fue que Becher vio impresa su obra Recta Final, El Negro se la leía a diario. Decidió irse, en un movimiento maestro, llegando a tres cuartas partes de la novela. (…)”
Matías Reck es el editor de Milena Caserola con el que tengo una comunicación telepática, pero no en el sentido “literal” no es que quiero comunicarme con él o preguntarle algo y simplemente pienso, ¡por favor!, mi comunicación telepática pasa por saber trabajar en conjunto sin tener ningún tipo de reuniones ni acuerdos. A través de Tomás Ligpot, Gustavo Sidlin y Tomás Larrinaga, todos parte del proyecto de Becher y a su vez integrantes de la FLIA (Feria del libro independiente y )a(, es que Matías entra en contacto con “Recta Final”, fue una de esas primeras impresiones que Matías, en su comunicación telepática, me pasó y me dijo: “Pablo, este libro te va a gustar, vamos a coeditarlo con Milena, el asunto y duermevela, la productora del documental”. Empecé a leer el libro, tranquilo, lo tenía en el baño, leía de a dos o tres páginas por día. Matías me avisó que Becher se murió, seguí leyendo el libro, me fue atrapando, lo saqué del baño y lo llevé al auto, ahora eran filas, barreras, almuerzos, Becher seguía relatándome sus días en el geriátrico e iba internándome en su vida cada vez más aburrida y alucinante, los últimos respiros de Becher no eran más que un empuje a seguir creando, y como bien dijo Tommy, “en el cuento de Kafka, cambiale la cita y …”
No tuve el gusto de conocer a Becher en persona, si hubiese leído este libro antes de que se muera, lo hubiera ido a visitar, pero no fue así, sin embargo, siento un enorme orgullo de ser parte del grupo editorial: milena caserola, )el asunto(, y duermevela, que estamos dando a conocer este excelentísimo combo DVD + libro. Como a Becher le hubiera gustado, la creación sigue naciendo desde las profundidades del submundo, un combo que “al sistema” le gustaría poseer, pero que paradójicamente nos deja en nuestras manos, pues vuelve a rechazar a la verdadera cultura y sin quererlo nos da un empujón, a Becher, a los muchachos del neoexpresionismo digital, a Larrinaga, a Gus, a Marino, al Negro, a Matías, a mí, a tantos, desde la Recta Final Ricardo sigue escupiendo, desde las increíbles imágenes con Javier Martinez hasta la costanera y Guns and Roses, parodiando a Terminator y la maquinaria Hollywood, Becher sigue machacando, a su manera, dándole y dándole mecha hasta el final. Quedará de Ricardo esta gran obra, quedará Tiro de Gracia, El Gauchito, como él dice, La Séptima Década. quedará el neoexpresionismo digital, o quedará este grupo, de Tommy, y Marino, y Larry y Gus, y no sé cuantos que lo siguen y refrescan permanentemente el que fue un gran artista y agitador cultural, Ricardo Becher, para los que no lo conocen Recta Final es una gran manera de acercarnos al mundo de la senilidad y el ocaso de la vida, contada en este caso, por un gran cineasta underground en la década de setenta, viviendo en un geriátrico mientras le cambian los pañales y lo llaman a tomar la leche. Para los que lo conocen puede ser una clase más de su maestría, y para lo que no lo conocen también. Recta Final de Ricardo Becher. Un libro que me atrevo a recomendar.